miércoles, 15 de mayo de 2019

Del cómo yo fui un día, el «ishto» que se perdió y la importancia de brindar explicaciones de ello a la comunidad.


Corría el año mil novecientos setenta y dos; en la Ciudad de Huehuetenango vivíamos aproximadamente veinticinco mil personas.  Casi todos nos conocíamos, por nombre y apodos.  Los niños jugábamos pelota en las calles y por donde yo vivía, la primera calle entre 4a. y 5a. avenidas de la zona 1, pasaba algún vehículo a cada 15 minutos, cuando más seguido.   Era una ciudad muy tranquila, pero con una pobreza descomunal.  No se vivía a la carrera como ahora.

Una tarde, uno de mis amiguitos me dijo que fuéramos a jugar al Calvario (el parquecito del Calvario tenía muchos árboles y había diversos columpios y un sube y baja).  Un lugar ideal para ir a jugar, pero "lejano" a donde yo vivía.  Mi mamá, de seguro, no me daría permiso de ir allá; mas la tentación de ir a jugar a un lugar tan delicioso fue más fuerte y tomé el riesgo de irme con mi amigo a columpiar, aunque fuera unos pocos minutos.  Era casi seguro que mi mamá no se daría cuenta de la "escapadita".

El placer de los columpios, experiencia poco usual y el sube y baja, así como las emociones de tirarnos de varias formas por los "resbaladeros" (toboganes de latón), era algo exquisitamente inusitado que cuando me di cuenta, ¡Ya estaba oscureciendo! ¿Y ahora....? Yo me había ido sin permiso de mi mamá, cosa que jamás había hecho y ella, ¡Era severísima!  Por cualquier cosita de nada, ya fuera por no saludar a alguien con cortesía o cualquier nimiedad, ya iban sobre mi los cuerazos. ¡¿Qué sería de mi el haber hecho semejante transgresión?!  Talvez perdería la vida de la gran chicoteada en manos de mi madre, pensé con horror. Mi amigo se fue a su casa. Yo me quedé en el parquecito, sin decir nada. Todo asustado. ¿Qué futuro me esperaba?  Prácticamente me quedé paralizado, hasta que anocheció.

Con gran angustia, llegué hasta donde vivía y saludé:
– Buenas noches.

Fue semejante barullo, bullas y expresiones de alegría, entre los que se escuchaba algunos "¡Ya apareció!" y salió mi mamá, con una cara donde se mezclaba la algarabía, el júbilo, el alivio, la iluminación y la GRAN IRA "por los momentos de gran susto y angustias que el «ishto desventurado» la hizo pasar".

Estimable lector, si usted pensó que una mamita amorosa, con dulces y tiernos abrazos, bellos y dulces apapachos, recibiría a este su «pequeño travieso» para darle fin a esta tierna y dulce anécdota, lamento decirle que hoy sí se equivocó.  La historia no tiene el final que usted esperaba.  Le cuento.

De inmediato me agarró mi mamá del bracito y vamos para adentro y sacó de una caja donde tenía, un chicote de los que se usaban para arrear mulas, algo grueso, de puro cuero entretejido, muy ornamental, con algunas hebras moraditas y la mayor parte de hebras grises, muy lindo y... ¡me va dando una semejante chicoteada que todavía tengo por muy memorable!  Recuerdo que entre las palabras que decía había unas como:  ¡Ishto malcriado ¿Cómo se va sin pedir permiso?! ¡Abusivo! ¡Ya no lo volverá a hacer! ¡Yo como loca va de buscarlo! ¡Ya me puso en vergüenzas con la gente! ¡Pensé que se lo habían robado!... y cosas por el estilo; pero jamás una sola mala palabra.  Fueron decenas de chicotazos en mis robustas nalguitas.  ¡Quedé bien chilero!

Luego vino una parte muy importante dentro del proceso y tal vez la que fue más difícil para mí. Brindarle explicaciones a las personas, por una razón muy importante y cuya importancia comprendí, es muy trascendental.  Las sanas relaciones sociales, porque gracias a Dios, los seres humanos vivimos en comunidades, no estamos solos y aunque sea entre envidias y caridades, entre odios y amores o entre sadismos y compasiones, en algo, todos nos prestamos auxilio, porque no es falso el adagio de "hoy por ti, mañana por mí" y mientras yo me regocijaba en los columpios, mi mamá se percató que yo no estaba y empezó a buscarme y al no estar con mis amiguitos de cerca, ya entró la preocupación, no sólo de mi mamá, sino de los vecinos y luego de mis familiares y el escándalo fue por toda la ciudad, porque "pueblo chiquito, infierno grande".  Me había desaparecido como a las tres de la tarde y regresé como a las !siete y media de la noche! Y con eso que, "...si el nene jamás se sale sin permiso", "...sólo los ishtos malcriados salen sin permiso"...

Muchas personas empezaron a dar vueltas buscándome, visitando las casas de mis diferentes amiguitos de parvulitos, por si estaba por ahí, con mis abuelitos y demás y nada..., yo no aparecía.  Fueron a la policía, me fueron a buscar al Hospital Nacional  (único que había), los bomberos dando vueltas, fue un relajo. ¿De dónde no iba yo a merecer semejante tunda? Y luego, fui instruido por mi mamá a brindarle explicaciones a cada persona que me preguntara, dónde había estado, pedir disculpas por mi falta y dar muchas gracias por su preocupación.

Fueron semanas del proceso, porque cuando alguien, especialmente señoras y señores me encontraba después de ese incidente, me decía algo como:

– ¡Qué alegre verte, te habías perdido! ¿Tu mamá andaba llorando? ¿Qué te había pasado?

Procedía otra vez, a brindar respetuosa y agradecidamente las explicaciones del caso.  De esa manera, se conservaba la paz social en el Huehuetenango de los setentas.  Había muchísimo respeto.  Y como usted comprenderá,  fue una grandiosa lección, bien aprendida para mí, que encerró una infinidad de conceptos que usted mismo enumerará detalladamente y que posiblemente aún pueda serle de utilidad en la formación de su descendencia.

En ese tiempo, no se escuchaba lo que hoy los medios noticiosos informan, relativo a la intensificación del tráfico humano, trata de personas, tráfico de órganos, turismo de trasplantes y demás industrias relacionadas con la compra y venta de seres humanos.  De ahí, la importancia de la que hoy reviste cualquier alarma de una persona desparecida dentro de las sociedades de La Tierra y cuánto más, en el muy solidario y hospitalario Departamento de Huehuetenango y especialmente, su ciudad cabecera departamental.

Durante los primeros meses de este año, se disparó la alarma en esta ciudad de casos de suicidio, lo cual generó procesos ciudadanos, especialmente en el interior de los hogares, para prevenir la ocurrencia de nuevos casos de estos.  La preocupación subsiste en los hogares y la intensificación de cuidados en las relaciones familiares sucede, dados estos temores.  Y es que se trata de una problemática muy seria, de enorme impacto social, que cuando sucede, ya perciben las personas como que está próximo a suceder un evento de estos en la familia propia, con esto de que los humanos, de manera similar a las comunidades de gorilas, tendemos a ser imitadores o a remedar, como dijera Don Bernal Díaz del Castillo.

Mas, durante las últimas semanas, se ha estado reportando desaparición de personas, fenómeno muy preocupante, especialmente porque en algunos años anteriores, las personas reportadas por las alertas implementadas por el Ministerio de Gobernación, jamás aparecieron, lo cual implica una enorme seriedad para la sociedad huehueteca.  Por ello, centenares de personas colaboran en los procesos de búsqueda y localización de aquellas personas cuya desaparición se reporta, con los clásicos como "... te estamos buscando, te amamos..." y las réplicas de consuelo típicas como "... Dios es fiel..."; elementos completamente respetables y comprensibles.

Los casos que generan más revuelo, son los atinentes a personas que se reportan como desaparecidas que tienen relación con los medios de comunicación masiva o son familiares de ellos.  Especialmente por lo que se comprende en el sentir de la ciudadanía que, "...si les pasó a ellos que son tan importantes, cúanto más nos puede pasar a nosotros que somos más vulnerables...". Se activan los protocolos de alerta institucionales Alba-Keneth  para niños e Isabel-Claudina para mujeres, aunque curiosamente, no hay para hombres, porque tal vez, como somos feos, ¿Quién nos va a querer llevar? Sin dejar por un lado, que los medios de comunicación radiales y televisivos,  comunidades de periodistas, asociaciones y en fin, medio mundo, trabaja durísimo, ayudando en la búsqueda.

Algunas horas después, el aviso:  "...Muchas gracias, ya apareció...", sin más explicaciones.  Se comprende entonces, primero, el sentimiento de alivio y júbilo para todos, que no sucedió una tragedia, al igual que sucedió con los amigos de mi madre cuando me perdí.  Pero se comprende también, el enojo por la falta de consideración del "perdido o perdida", al igual que lo sintió mi madre en aquella ocasión y mucho más, se comprende el enojo social, cuando todo mundo se pone a loquear preocupado, invirtiendo su tiempo en colaborar en la búsqueda y luego, no se le brinde una explicación de lo sucedido, porque queda una sensación de zozobra y el ambiente se llena de una serie de especulaciones y se acentúa el temor social y las personas a quienes se les brindó la ayuda, pierden credibilidad y la posibilidad de no ser asistidas en el futuro, en caso de sufrir genuinos eventos y ahora, a como están nuestros tiempos, no faltan expresiones groseras, restándole seriedad y la trascendencia que revisten, las alarmas institucionales.

De ello, veo la importancia que mi madre le dio al hecho, que yo debía explicar a quien me preguntase ¿Qué me había hecho?  En principio, es vergonzoso y muy molesto y es tal vez, lo que hace que uno aprenda bien, pero bien, la lección.  Mas, todos tenemos el derecho de cometer errores y aprender de ellos, para favorecer nuestro crecimiento. Si bien, se utilizan los masivos medios de comunicación contemporáneos, para pedir ayuda,  la misma facilidad existe para brindar, además del agradecimiento, una explicación para la tranquilidad de la comunidad. De esta manera, relacionándonos educada y cortésmente, propiciaremos nuestra convivencia en un entorno de paz social.

Con ello, les he contado del cómo yo fui un día, el «ishto» que se perdió, lo cual en cualquier familia puede ocurrir y la importancia de brindar explicaciones de ello a la comunidad.


Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Huehuetenango, 15 de mayo de 2019

Notas:
«ishto»  guat.  Niño.
«chicote» guat. látigo de cuero trenzado utilizado para azuzar equinos.
«chilero»  lindo (con ironía).
«chicoteada» procedimiento de psicoterapia, muy efectivo, aplicada a los hijos por los padres antes del último cuarto del siglo veinte.

miércoles, 1 de mayo de 2019

A la mujer y producción de Barillas


¡Sií!, me enamoré de ella,
sus ojos eran luceros oscuros,
tan oscuros como las pepitas del cardamomo,
el cardamomo de mi Barillas,
que se produce desde el Ixcán
y se degusta en lejanas tierras,
¡desde el Irán hasta Pakistán!

¡Sií!, me enamoré de ella,
era radiantemente bella,
como la flor del café de mi Barillas,
del tono de sus frutos rojos
sus labios y sus mejillas,
el cafeto con su exquisito aroma
¡por todo el mundo se asoma!

¡Sií!, me enamoré de ella,
de la abundancia y dulzura de sus besos,
dulces como el jugo de caña de mi Barillas,
que del trapiche se lleva a los peroles,
para producir entre cantos las panelillas,
y tomar los tonos de sus cobrizos colores
¡para pintar la piel de la morena de mis amores!

¡Sií!, me enamoré de ella,
De la tersura y suavidad de su piel,
turgente y jugosa como las piñas de mi Barillas,
donde se mezcla el sabor ácido y dulce miel,
silvestres y cultivadas del tempestuoso Ixcán,
se visten los campos de verde esmeralda surcos,
¡deliciosa fruta, en los exóticos banquetes turcos!

¡Sií!, me enamoré de ella,
y desde los platanares de Chancolín le entoné mi canto,
un canto dulce como los plátanos de mi Barillas,
de pulpa rosada, como el color suave rosa de su cintura,
los naranjales matizan entre madrugadora neblina
a las riveras del Río Amelco de azul serpentina
¡de jugosas frutas, collares, adornan su hermosa figura!

¡Sií!, me enamoré de ella,
de su aroma barillense de manzana, durazno y ciruelo.
Recorrimos desde Nucá a El Quetzal por su fértil suelo.
Sus cachetitos eran manzanas de dulce sabor,
sus labios pulposos duraznos de espléndido olor,
y jugosos del mismo ciruelo su hermoso color,
¡Mujer de Barillas, dulzura de Dios, para tí, todo mi AMOR!

Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Huehuetenango, 25 de abril de 2019

Helados de chilito. (Breve narrativa de antañona tradición)


Cuando pequeñito, me decían, vos Edwin, comprate unos helados,
pero te fijás que sean de los del “diablo” o Tío Milo.
Eran de a cinco len, o cinco centavos según los más educados.
Tío Milo vendía en el estadio,que tenía muros de adobe,
“Diablo” es hijo de Macedonio que, según la lengua de mi Tío Mario,
De él heredó el ser heladero.

Eran como las doce y al sol del medio día,
entre las mentadas de madre que le daban al árbitro,
el heladero vendió su nieve.
No había helado más para vender.
Tan sólo buena existencia de barquillos.
Se puso a fabricar más nieve.

Ya no miré la goleada que le estaba dando La Salle al San José Unión,
sino me puse a contemplar la ingeniería química huehueteca,
para producir la nieve de sabor.

Abre el heladero la tapadera de su carreta de madera.
Adentro tenía un gran bote de hojalata grande,
el cual  llenó casi a la mitad  con trozos de hielo y sal.
Colocó dentro de dicho bote y en medio del hielo y sal, otro bote más pequeño,
también de hojalata  de los que hacían en la Aldea El Carrizal.

Sacó  unas botellas llenas de aguas  gaseosas de sabor de naranja
y vertió  su contenido dentro del bote pequeño y después,
vigorosamente se puso a girar  el bote pequeño,  
como si pretendiese  triturar el hielo con ello.
Al poco rato,  toda el agua gaseosa se había convertido en nieve.
Se cierra la carreta de madera que sonó cual tapadera de viejo excusado.

Así me di cuenta cómo es que se  podía hacer helados de nieve.

El heladero vendía más helados, abría una puerta de la tapa.
Untaba cada barquillo con la nieve que sacaba del bote
con una cuchara  de peltre, de aquellas de color azul,
con puntitos blancos y negros.

Adornaba finalmente el helado,
colocando una solución de jarabe de azúcarcon colorante rojo.
Después supe que tales helados son llamados,
¡“Helados de carreta”!.

Una vez hecho el pago, a darle a los helados  todos los clientes,
con la lengua  y chupando el barquillo por el agujerito
de abajo, por donde escurría la nieve que se iba derritiendo.

Al terminar esa nieve, se iniciaba  la ceremonia de comer el barquillo,
que era una oblea enrollada cónicamente,  de harina y huevo,
debidamente tostada, terminando medio mundo,
con los dedos  pegajosos por la miel del helado
y con la ropa con ruedas de colores,  por haberse chorreado durante el deleite.

Los “güiros” que jugábamos bolitas (de vidrio)  a la pizarraya o al cómix,
nos llenábamos  las manos de tierra;
imaginate lector cuando  sin lavarnos nos llenábamos de helado.
Hoy digo yo que era todo un desaseo;
en aquellos años nos lamíamos los dedos.

Han pasado más de cincuenta años  desde aquellos tiempos,
los helados de carreta casi no existen en el Huehue de hoy.
Aunque “Diablo” fue uno de esos escasos heladeros postreros,
de él, por su sencillez, popularidad y de ser conocido en Huehue,
de respuestas ingeniosas a las exclamaciones de algunos cuates.

Una vez, un viejo gordo con pantaloneta floja y lunares en las patas le dijo:
¡Qué onda “demonio”!;
talvez por ser ésta una palabra elegante asociada al “diablo”;
no sé si en sentido de alabanza en coloquial heladero sentido,
recibió de Diablo por respuesta otra pregunta:
¡¿Qu’iubo Chiri de Pacaaa?!

Una vez en secreto me puse a observar  el oficio de un heladero de carreta,
me puse a mirarlo cuando despachaba;
más sus piernas sacudía por alguna impaciencia, hacía como que marchaba,
tenía muchos clientes en la cola, era una hora de venta loca,
de esas a los que la teoría administrativa llama “hora pico”.

Un poco después, se relajó el número de clientes y quedó con cero en la cola,
fue a la orilla de calle real,  cerca de unas tunas,
No ví que estaba haciendo,  pero de lejos hasta usted adivinaba,
que se llevaba las manos por las piernas; luego entre ellas  se avizoraba
fluía un chorrito de agua amarilla.
Sacudió sus codos vigorosamente  y hasta daba pequeños saltitos;
alzó la mano derecha;  se había subido el zípper.

Se volteó y regresó prontamente  a su puesto de trabajo.
Cinco minutos después,  llegó un cliente:

¿A cómo los helados?
De a quetzal
Déme uno
Con mucho gusto

Otra vez tomó el barquillo y sobre él untó la nieve con su cucharón de peltre.

Aquí tiene
Muchas gracias
Para servirle

Después supe que esos helados de gusto exquisito,
también se les llama “helados de chilito”.
Yo pensé que por el adorno de rojo color,
¡pero muchos dicen que por su delicioso sabor!

Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Huehuetenango, octubre de 2010