Cuando pequeñito, me decían, vos Edwin, comprate unos helados,
pero te fijás que sean de los del “diablo” o Tío Milo.
Eran de a cinco len, o cinco centavos según los más educados.
Tío Milo vendía en el estadio,que tenía muros de adobe,
“Diablo” es hijo de Macedonio que, según la lengua de mi Tío Mario,
De él heredó el ser heladero.
Eran como las doce y al sol del medio día,
entre las mentadas de madre que le daban al árbitro,
el heladero vendió su nieve.
No había helado más para vender.
Tan sólo buena existencia de barquillos.
Se puso a fabricar más nieve.
Ya no miré la goleada que le estaba dando La Salle al San José Unión,
sino me puse a contemplar la ingeniería química huehueteca,
para producir la nieve de sabor.
Abre el heladero la tapadera de su carreta de madera.
Adentro tenía un gran bote de hojalata grande,
el cual llenó casi a la mitad con trozos de hielo y sal.
Colocó dentro de dicho bote y en medio del hielo y sal, otro bote más pequeño,
también de hojalata de los que hacían en la Aldea El Carrizal.
Sacó unas botellas llenas de aguas gaseosas de sabor de naranja
y vertió su contenido dentro del bote pequeño y después,
vigorosamente se puso a girar el bote pequeño,
como si pretendiese triturar el hielo con ello.
Al poco rato, toda el agua gaseosa se había convertido en nieve.
Se cierra la carreta de madera que sonó cual tapadera de viejo excusado.
Así me di cuenta cómo es que se podía hacer helados de nieve.
El heladero vendía más helados, abría una puerta de la tapa.
Untaba cada barquillo con la nieve que sacaba del bote
con una cuchara de peltre, de aquellas de color azul,
con puntitos blancos y negros.
Adornaba finalmente el helado,
colocando una solución de jarabe de azúcarcon colorante rojo.
Después supe que tales helados son llamados,
¡“Helados de carreta”!.
Una vez hecho el pago, a darle a los helados todos los clientes,
con la lengua y chupando el barquillo por el agujerito
de abajo, por donde escurría la nieve que se iba derritiendo.
Al terminar esa nieve, se iniciaba la ceremonia de comer el barquillo,
que era una oblea enrollada cónicamente, de harina y huevo,
debidamente tostada, terminando medio mundo,
con los dedos pegajosos por la miel del helado
y con la ropa con ruedas de colores, por haberse chorreado durante el deleite.
Los “güiros” que jugábamos bolitas (de vidrio) a la pizarraya o al cómix,
nos llenábamos las manos de tierra;
imaginate lector cuando sin lavarnos nos llenábamos de helado.
Hoy digo yo que era todo un desaseo;
en aquellos años nos lamíamos los dedos.
Han pasado más de cincuenta años desde aquellos tiempos,
los helados de carreta casi no existen en el Huehue de hoy.
Aunque “Diablo” fue uno de esos escasos heladeros postreros,
de él, por su sencillez, popularidad y de ser conocido en Huehue,
de respuestas ingeniosas a las exclamaciones de algunos cuates.
Una vez, un viejo gordo con pantaloneta floja y lunares en las patas le dijo:
¡Qué onda “demonio”!;
talvez por ser ésta una palabra elegante asociada al “diablo”;
no sé si en sentido de alabanza en coloquial heladero sentido,
recibió de Diablo por respuesta otra pregunta:
¡¿Qu’iubo Chiri de Pacaaa?!
Una vez en secreto me puse a observar el oficio de un heladero de carreta,
me puse a mirarlo cuando despachaba;
más sus piernas sacudía por alguna impaciencia, hacía como que marchaba,
tenía muchos clientes en la cola, era una hora de venta loca,
de esas a los que la teoría administrativa llama “hora pico”.
Un poco después, se relajó el número de clientes y quedó con cero en la cola,
fue a la orilla de calle real, cerca de unas tunas,
No ví que estaba haciendo, pero de lejos hasta usted adivinaba,
que se llevaba las manos por las piernas; luego entre ellas se avizoraba
fluía un chorrito de agua amarilla.
Sacudió sus codos vigorosamente y hasta daba pequeños saltitos;
alzó la mano derecha; se había subido el zípper.
Se volteó y regresó prontamente a su puesto de trabajo.
Cinco minutos después, llegó un cliente:
– ¿A cómo los helados?
– De a quetzal
– Déme uno
– Con mucho gusto
Otra vez tomó el barquillo y sobre él untó la nieve con su cucharón de peltre.
– Aquí tiene
– Muchas gracias
– Para servirle
Después supe que esos helados de gusto exquisito,
también se les llama “helados de chilito”.
Yo pensé que por el adorno de rojo color,
¡pero muchos dicen que por su delicioso sabor!
Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Huehuetenango, octubre de 2010
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