A veces indulgente y algunas otras terrible.
Unas veces entre tormentas y otras entre temblores,
Singular se oyó el canto de las edificaciones citadinas,
del tronar de las ventanas, las puertas y las persianas,
en medio de la noche cual griterío en un gran estadio,
en el parque graznaron las parvadas metropolitanas,
de escalofrío sufrían los cables que salían de una radio.
Las campanas catedralicias sonaron con especial cadencia.
No las tocaba un sacristán trompudo lleno de intransigencia.
La campanita del reloj de la torre resonó en los horizontes.
La santa tierra campanera de terremoto teniendo presencia.
Las sacudidas telúricas le sacaban los ojos a un par de chontes.
Dentro de las casas se oía gritos y alguno que otro infartado.
Del gran meneo tectónico de un carro salió un patojo asonsado.
Como en un balde de agua veíase por semejante gran sacudión.
Le aseguro que en cualquier recital ni siquiera será mencionado,
que durante el temblor, ¡la señora se olvidó de poner su calzón!
Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Huehuetenango, 17 de junio de 2017
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